domingo, 26 de noviembre de 2017



La gente siempre dice que aquellos que llegan a Berlín es porque tienen la necesidad de perderse para encontrarse, o al menos eso me dijeron todos cuando decidí marcharme de lo que se suponía que era mi hogar de y para toda la vida. Sin embargo, nunca he tenido esa necesidad. Nunca he querido encontrarme. Supongo que porque tengo miedo de que no me guste lo que vea o que quizás me guste demasiado como para reprimirlo. He intentado huir tantas veces de lo que soy que ya no recuerdo el número exacto de fracasos que he ido coleccionando de cada intento. Voy y vuelvo al mismo lugar como si mi camino fuera un círculo. Berlín siempre ha parecido otro intento de huida algo más melodramático. Y puede que sea otro fracaso más a mi larga lista, aunque yo prefiero tomarlo como una máscara de oxígeno para poder seguir respirando. En realidad, la vida es una sucesión de fracasos. Mamá nunca aceptó mi condición sexual y papá nunca estuvo el tiempo suficiente como para darse cuenta de que me gustaban los chicos. Casarme, tener hijos por apariencia, evitar el qué dirán… Ese no era mi plan de vida, si es que en algún momento he tenido uno en la cabeza, algo a lo que aferrarme como un clavo ardiendo. Mamá pareció olvidar esa parte de mi vida y continuar como si nada hubiera pasado. Pero yo no pude, me ahogaba en mi propia casa. Necesitaba quererme como soy, sin sentir vergüenza ni miedo de defraudar a los que me quieren.

Así he estado dieciséis años, aguantando en silencio la culpa de amar a los hombres, de mirarme en el espejo y darme asco y sentir pena de todos los que me rodean por ser un absoluto fracaso. Dieciséis años intentando convencerme de que la naturaleza es algo perfecto y bien delimitado. Y, sin embargo, cargo con la culpa de saber la decepción que soy para todos por no ser normal, ni lo que se esperaba de mí. Guardo en la memoria la cara de mamá cuando le dije que me gustaban los hombres. Aunque lo que más me dolió no fue ese gesto, sino el ver como apartaba la mirada a otro lado mientras ignoraba mis sentimientos y alimentaba mis miedos. Yo también me daba asco y quizás por eso tomé el camino más sencillo. Una fuga con la que poder tomar aire. Recuerdo que el primer día que pisé el suelo berlinés respiré profundamente pensando que así desaparecería todo lo que llevaba dentro. Llegué a Tegel en agosto con una maleta pequeña cuando la inmigración masiva aún no salía en las noticias. Cuando aún vivía en un mundo que yo había hecho para salvarme de mi mismo. Y después de todo, sigo siendo una persona a la que no conozco.

Lo primero que hice cuando llegué a Berlín fue emborracharme. Encontré un bar cerca de mi casa al que a veces aún voy, aunque ahora, siempre en compañía de la Cruda o con Lalo. Todas las luces del antro eran rojas y las paredes estaban empapeladas con recortes de revistas y portadas de Elvis Presley. Cuando ya no pude beber más me fui al baño del club y me quedé un buen rato ahí sentado, mirando las paredes firmadas por Picassos del siglo XXI. Al día siguiente me desperté en Alexanderplatz o bueno, mi siguiente recuerdo fue estar en esa plaza. Miraba hacia el cielo y veía como la Fernsehturm intentaba cortar las nubes. Esto era una isla de felicidad. Un somnífero que aliviaba mi mente y me dejaba vivir. Y así, empezaba una nueva vida.

domingo, 19 de noviembre de 2017


Capítulo 1

Nadie nos preguntó en qué momento de nuestra vida debíamos encontrarnos, ni tampoco cuando decidí dejar de verle para buscarle en cualquier lugar de esta inmensa ciudad. Porque yo me engañaba. Ya me había dejado mecer y arrastrar. A mí, la libertad me sentó fatal y a él le dio una nueva vida. Tenerlo todo y no saber qué hacer con todo porque nadie te ha enseñado que la felicidad estaba en las cosas más pequeñas. Y el problema sigue siendo que todavía hoy le espero en la S Greifswalderstraße pensando que somos justamente algo pequeño y que en realidad puede que así sea porque no somos nada comparado con lo que es todo. Todo fue para él huir de un país en guerra y refugiarse en una tierra ajena. Algo tan inusualmente común en la Alemania de hoy. Un número más en esas listas infinitas. Listas que esta vez les abrían la puerta a la vida. Listas infinitas en las que estaba su nombre oculto entre tantos otros. Y así se sentía él, infinitamente pequeño. Pero yo le veía enorme, siempre me pareció gigante. A veces creo que todo nos quedó grande desde un principio. Algo que se nos murió en las manos sin darnos cuenta.

Desde entonces, nunca he vuelto a sonreír al ver la luz gris iluminar mi habitación de la Bötzowstraße. Soy un ser enfermo que se enamora en un instante y al otro le encuentro el desencanto propio de un matrimonio cansado de muchos años de convivencia. Estoy enfermo de algo tan absurdo como es querer a alguien que no puede amar. Durante esos días de diciembre me notaba acorralado entre lo que yo esperaba y lo que había sido en realidad. Cuando llegué a Berlín me juré que no iba a volver a morirme de ansiedad. Esta era la ciudad perfecta para volver a sentirse vivo. Abandonarme a la idea de que el tiempo todo lo cura era una absurda locura propia de mí. Abandonar la responsabilidad. Siempre he querido abandonar esa carga que he arrastrado desde bien pequeño. Ese debe de ser el secreto de la eterna juventud.


Aquel día, cuando llegué a casa después de una reunión con los Amigos de la Cruda, le encontré el desencanto a pensar que hubo amor donde nunca lo hubo. Nos mató la libertad de poder querernos y ahora solo veo a dos enfermos que no supieron quererse nunca.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sudadera de ZebraMaduixa
Cuando llega el frío, soy feliz. Tengo esa sonrisa tonta en la cara. Cierro los ojos y parece que estoy caminando por alguna calle de Prenzlauer Berg. El aire me corta los labios, escribo poemas tristes y parece que llevo una musa colgada a la espalda, porque en cualquier parte, igual que se levanta una brisa de aire gélido, me viene de golpe un verso, o una historia que contar.

Intento tomar al pie de la letra estrofas de canciones. Me dejo llevar, sin importar donde acabaré. Empiezo proyectos que no acabo, e imagino a la "yo" que me gustaría ser en un futuro, que cada día, se vuelve un poco más presente. Noviembre ha traído el frío a Valencia y una nueva y calentita colaboración.


Sudadera Foxy




jueves, 2 de noviembre de 2017



Ha llegado el otoño y aunque las hojas todavía no han caído de los árboles, y parece que el sol y la calor no se quieren ir de Valencia, una ha ido preparando fondo de lectura por lo que pueda saber. Y es que suele pasar que el frío llega sin avisar.

Para todos los que me seguís por redes sociales, ya sabréis que octubre ha sido uno de los meses más maravillosos de este año. "Del Silencio" mi segundo poemario ha salido al mercado. La primera presentación fue en Valencia (pronto tendréis una entrada sobre mi experiencia) y os aseguro que fue una pasada ver como tanta gente quiso compartir esa tarde conmigo.


"Del Silencio" se ha convertido en libro de mesita de noche, y ahí va a estar durante unos meses. Aún queda preparar muchas presentaciones y ensayar los recitales. Sé que muchos ya lo tenéis en casa, y me encanta que me hagáis llegar vuestros mensajes y opiniones.


El vicio que tengo por esta editorial es insano. Quizás también por la buena relación con su editor. En este caso llevo entre manos esta obra De Diego S. Lombardi. La calidad de la narración roza la perfección, y que se complementa con unas ilustraciones y una edición tan cuidada, que da miedo sacarlo de casa por si se estropea. Aún no lo he terminado, pero hasta donde he leído, puedo decir que es un buen compañero para entretenerse una tarde de estas tontas en las que no nos apetece salir de casa y buscamos un buen entretenimiento. Es como viajar a otro lugar.


Os pongo en situación. Llevo un mes de infarto. De casa a la universidad, de la universidad al trabajo y del trabajo directa a la cama. A eso le sumamos el estrés propio de sacar un segundo libro de poesía. Pero una noche cualquiera llegas a casa y en el buzón tienes esta maravilla (que tampoco he podido leer aún) de nuevo de Jekyll&Jill cortesía de Víctor G y es que se está volviendo una costumbre maravillosa encontrarme libros en el buzón. 


Siempre lo digo. Escribir en LMN es una cosa maravillosa. La nueva mujer (este sí que lo he leído ya) ha sido conocer lo que la historia no nos ha dejado conocer. Y cada vez me reafirmo en que es necesario reescribir el canon literario con la imparcialidad y justicia de un siglo como el nuestro en el que la mujer no es simplemente un cuerpo para tener hijos. Pronto tendréis esta reseña en LMN.


Otro libro que va a estar en mi mesita de noche mucho tiempo. Llega el temido año del TFG y como no podía ser de otra manera, traducción, feminismo y censura. Para empezar a trabajarlo, me he propuesto conocer bien el movimiento feminista, la historia de esta revolución y qué mejor que empezar con esta recomendación de Guardar la casa y cerrar la boca de Clara Janés. 


Y con esto cierro la librería en otoño, para volver con las pilas cargadas y poder recomendar más libros en invierno. ¿Y vosotros? ¿Qué habéis leído estos meses?


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